Cuentan que se te ve en la cara, que piensas en ella, mucho más que en mí.
Dicen que lo saben porque se te quedaron borrachas las pupilas, y yo nunca te di motivos para sacar el ron.
Yo nunca fui suficiente (pero no dejé de intentarlo y quizá ese fue el problema).
Podría haber querido al chico de las 'once menos veinte', al primero que me hizo cosquillas sin hacerme daño, al único que me llamó guapa y consiguió que yo me lo creyera.
Pero tuve miedo. Tuve miedo de que tú me vieras besando a otro.
Tuve miedo de que tú me quisieras tanto, que encontrar en mí marcas de otras lenguas, te astillara las arterias (sobre todo la que lleva mi nombre).
Tuve miedo y por eso olvidé su número. Tuve miedo y tengo miedo.
Por eso renuncié a ser feliz, porque de vez en cuando pienso que erosionarme contigo es mejor que tallar sueños en algún banco con otro, que no signifique tanto como tú, que no me haya dolido en tantos textos, ni en tantos octubres.