sábado, 31 de agosto de 2013


Todo lo que me queda por saber de la vida me parece poco comparado con saber que mi risa suena mejor si la provocas.

miércoles, 28 de agosto de 2013

#. Fue bonito mientras dolió.

Me odio. Me odio cuando no puedo parar de sonreír, o cuando me hablan y simplemente no escucho porque estoy completamente inmersa en mis pensamientos. Me odio cuando echo de menos ese olor que a partir de aquel día me recordará siempre a ti, o cuando paso el día en una nube ideando cosas que probablemente nunca llegarán a hacerse realidad. Me odio cuando cierro los ojos y me veo ahí contigo sentada, jugando a decirnos entre sonrisas y miradas bajas aquello que en estos momentos deseo oír. Me odio cuando echo en falta esas conversaciones eternas en las que hablábamos de todo y de nada. Me odio cuando me doy cuenta de que estoy perdiendo el control, de que otra vez me vuelvo a ilusionar con una mísera sonrisa. Me odio cuando al cerrar los ojos tardo un mísero segundo en recordarte y te echo de menos. Me odio aún más cuando me doy cuenta de que no me hace falta cerrarlos para echarte en falta. Me odio por pasarme veintitrés horas y cincuenta y cinco minutos pensando en ti, porque los cinco restantes los dedico a dormir. Me odio porque en esos cinco minutos sueño contigo. Pero si te soy sincera, l motivo real por el que me odio es por no escarmentar. Por no darme cuenta de que esta vez será como las anteriores, que entre sonrisas y suspiros me perderé, y que tardaré más de medio año en volver a sonreír.

miércoles, 7 de agosto de 2013

#. Tú siempre serás mi excepción favorita, esa regla que rompí varias veces, eso que negué, eso a lo que dije 'nunca más'...

Nunca sonaste a Pablo Milanés. Y aun así, lloro. Lloro porque sé que tú no lo haces. Y también sé que no te importa, pero quería decirte que yo ya no me volví a hacer esas trenzas. No lo hice porque no estabas tú para perderte con cara de niño por mis dedos. Y te he escrito tantas veces que se (nos) acabaron las canciones. Y te he visto en tantos abrazos que nunca pude olvidarme de buscarte, que nunca pude olvidarme de decir 'ojalá fueras tú'. Pero no te preocupes, porque si Pablito se calla, me canta Andrés Suárez para recordarme que no te quiero tanto. Es entonces cuando susurro que ojalá fueras tú el que no me quisiera tanto (pero sí lo suficiente) como para poner en la cuenta un abrazo de esos que convierte mis aurículas en la batería de la orquesta para la que bailamos. Y ya sabes que siempre quise ser lo más parecido a eso que tú querías que fueran todas, aunque no pudiera dejar de columpiarme en tu pelo, de hacerte reír como una idiota, de contarte mil veces las mismas historias, porque me aterraba que te fueras. Lo siento. No supe hacerlo mejor. A veces me pregunto si al menos sonríes si me piensas y otros días me prometo quemar todo esto que te escribo para dejar de hablar de ti, y hablar un poco conmigo. Y aquí vuelven la coca-cola y los recuerdos. Y supongo que esa es la mejor manera de recuperarme. Aunque solo sea un poco. Aunque se me inunden los labios en el intento.

martes, 6 de agosto de 2013

#. Y seguimos creyendo que las personas son lo que dicen cuando ya deberíamos saber que las personas, sobretodo, son lo que callan.

Será que alguna vez te sonreí. Y tú también me sonreíste. Y dejamos de gritarnos durante un par de constelaciones (lo suficiente para que la farola de tu calle pensara que nosotros éramos cosa de magia). Por eso te escribo una vez, y otra, y otra, y quizás otra más, aunque el vendedor de camisetas negras me pare al lado oeste de tu vida para tartamudearme: 'vuela chica de coral, siempre supiste hacerlo mejor que él'. Pero es mentira. Lo de que vuelo mejor que tú, digo. Lo de que tengo nombre si tú no me llamas, pienso. Lo de que ya no quiero querer no quererte, lloro. Por eso te escribo. Porque se te llenó la coca-cola de versos el día que me miraste a los ojos sin saber que yo era whisky barato. Y quizá tengas miedo los días impares, y te acuerdes de mí martes, jueves y sábado. Y tal vez el próximo octubre ya no te escriba, y yo me olvide de llorar todos los veinticuatros. Pero te escribiré. Te escribiré hasta que se te diluyan las sinalefas y las metáforas, hasta que no sepa cómo trepaban tus labios a mis mejillas, hasta que no duela no verte, hasta que dejes de oler a arte. Y quizás aún te escriba después, cuando rimemos menos que nada, porque sólo Neruda aprendió qué versos saben a últimos. Y yo soy una triste cantante de cuartas, a la que se le desafinan las vocales (y las consonantes y los diptongos) si a ti te lloran los verbos.