martes, 6 de agosto de 2013

#. Y seguimos creyendo que las personas son lo que dicen cuando ya deberíamos saber que las personas, sobretodo, son lo que callan.

Será que alguna vez te sonreí. Y tú también me sonreíste. Y dejamos de gritarnos durante un par de constelaciones (lo suficiente para que la farola de tu calle pensara que nosotros éramos cosa de magia). Por eso te escribo una vez, y otra, y otra, y quizás otra más, aunque el vendedor de camisetas negras me pare al lado oeste de tu vida para tartamudearme: 'vuela chica de coral, siempre supiste hacerlo mejor que él'. Pero es mentira. Lo de que vuelo mejor que tú, digo. Lo de que tengo nombre si tú no me llamas, pienso. Lo de que ya no quiero querer no quererte, lloro. Por eso te escribo. Porque se te llenó la coca-cola de versos el día que me miraste a los ojos sin saber que yo era whisky barato. Y quizá tengas miedo los días impares, y te acuerdes de mí martes, jueves y sábado. Y tal vez el próximo octubre ya no te escriba, y yo me olvide de llorar todos los veinticuatros. Pero te escribiré. Te escribiré hasta que se te diluyan las sinalefas y las metáforas, hasta que no sepa cómo trepaban tus labios a mis mejillas, hasta que no duela no verte, hasta que dejes de oler a arte. Y quizás aún te escriba después, cuando rimemos menos que nada, porque sólo Neruda aprendió qué versos saben a últimos. Y yo soy una triste cantante de cuartas, a la que se le desafinan las vocales (y las consonantes y los diptongos) si a ti te lloran los verbos.