viernes, 20 de septiembre de 2013

#. Ahora ya sé que aquellos eran buenos tiempos.

Podíamos haberlo vuelto a intentar, y haber vuelto a fracasar, y no habernos importado nada. Podíamos habernos quedado un poquito más, aunque quisiéramos irnos, mojándonos bajo la lluvia, para ver quién era el primero que lo mandaba todo a la mierda y abría el paraguas. Pero no volvimos a suceder. Y quizá sea mejor así, aunque los primeros días me quería morir y los de después también, pero ya no tanto. No tanto. Y que el tiempo lo cura todo y que tú eres una herida como otra cualquiera. Ahora lo entiendo todo mucho mejor, cariño. Y he corrido lo más rápido que he podido para venir hasta aquí y decirte que yo... que yo ya no. O que ya. Que basta. Que eras la persona más bonita del mundo, pero que ese mundo ha detonado y ahora sólo queda humo. Pero yo no fumo, ya lo sabes. Así que me tienes el umbral de estas palabras, llamando a la puerta para decirte adiós: abre. O asómate por la ventana, qué más da. Te sonrío y me voy, para que sepas que, sino enamorarme, al menos sé sobrevivir.

sábado, 14 de septiembre de 2013

El error es mirar lo de ayer con los ojos de hoy, querer que las cosas vuelvan a ser igual cuando tú ya ni eres el mismo. Como si se pudieran reciclar los suspiros o dar un mismo beso por segunda vez. Los mudos no gritan, los sordos no ven la música. Con las cinco letras que se escribe tarde no puedes escribir ahora. El amor que fue... ese ya nunca vuelve.

#. Aprendí que se hace tarde demasiado pronto.

Tres meses, noventa y dos días. Aparentemente poco tiempo, pero tiempo más que suficiente para que la vida gire de forma inesperada. Tres meses, meses en los que mis ojos fueron los únicos encargados de proporcionar agua en mitad de la sequía de Agosto. Meses en los que he bailado, saltado, gritado, odiado y querido, en los que he descubierto que había vida más allá de los límites que yo misma me ponía. Un mes, treinta días donde cada día era más sorprendente e intrigante que el anterior, donde cada día era un mundo, y el mundo era único cada día. Tiempo insuficiente, pero nada indiferente, meses en los que pensaba en ti cada día al despertarme, en los que soñé contigo durante noventa y dos noches, donde recé por la inmortalidad de tus besos en un futuro no muy lejano. Meses donde reconstruí todo aquello que estaba más que roto, y en los que me bastó el tiempo que dura un beso, para tirar por la borda aquello que tanto me constó conseguir. Días en los que las decisiones se tomaban solas, en los que las opiniones de los demás cobraban vida, en los que la alegría me invadía a medida que las lagrimas desaparecían, pero días en los que notaba cómo te me escapabas. Meses en los que dejas de odiar para aprender a querer, y acabas odiando querer. Días en los que caes como la lluvia, frente a otros en los que creces como la espuma, días tontos y tonta todos los días. Sueños rotos, odio reconocido y un poco de amor sin reconocer. Fantasías que ahora descubres que se quedarán en eso, en fantasías. Calor asfixiante por dentro, pero frío al tener el corazón helado. Dolor al descubrir que nada es para siempre y alegría al sospechar que otro para siempre aparecerá. Miedo al observar que ya está ahí, y que no puedes dejarlo escapar a pesar de los gritos de los demás, miedo al pensar que quizás venga para quedarse, y miedo al imaginar que quizá se vaya por la puerta de atrás. Tres meses, noventa y dos días. Aparentemente poco tiempo, pero tiempo más que suficiente para darte cuenta de que a partir de aquí, ya nada volverá a ser como antes.

viernes, 6 de septiembre de 2013

#. Hay recuerdos que son tiritas. Y hay sonrisas que alegran una vida entera. Y hay que estar enamorado para entender lo que digo.

Ojalá todo fuera tan sencillo como pulsar el interruptor para que vuelva la luz, y no perderte aún más. Ojalá no necesitara agarrarme a estos recuerdos gastados para palpar y respirar cómo sabía tu risa. Ojalá no existieran todas las horas que no pasaste aquí conmigo. Ojalá no tuviéramos que inventar excusas, de esas que desde hace tiempo ya no se cree nadie, salvo nosotros dos. Ojalá no estuviera escribiendo esto con palabras de menos y sentimientos de más. Ojalá no fueras lo primero que veo al cerrar los ojos para dejar de pensarte. Ojalá no te hubieras convertido en lo que iba siempre detrás de mi nombre. Ojalá no hubieras dejado aquí, bien dobladitas, cinco millones de noches en las que echarte de menos. Ojalá hubiéramos aprendido a sonreír sin ninguna lengua de por medio, a mirarnos a los ojos sin que salten astillas, por ser lo único que nos dejaron las chispas que murieron primero. Ojalá no te quisiera aún como sólo se quiere a aquello que te ha agarrado en el precipicio una, dos, y hasta mil veces. Ojalá no tuvieras que verme llorar. Ojalá no rimaras tanto con octubre, con martes, con veinticuatro y hasta con azul, cuando es radioactivo. Ojalá valiera decirte que hace demasiado frío sin mis manos en tu pelo. Ojalá no reconociera tu olor en todos los lugares, menos donde yo he de dormir. Ojalá no me hubiera quedado sin voz (y sin razón) de gritarte que ya no necesitaba nada de ti, y que no volvería a hacerlo nunca. Ojalá me hubiera acostumbrado a respirar sin tus manías, sin tu mirada gamberra, sin tu voz tamborileando el lado oeste de mi vida. Ojalá me perdonaras por todo lo que nunca te dije, por los abrazos que no te di, aunque tus silencios me los pidieran. Ojalá fuera capaz de fingir esa maldita indiferencia cada vez que me rozas, como si no se hubieran quebrado todos y cada uno de los huesos que aún se dignan a sostenerme, débilmente, desde que tú no estás. Ojalá no se me escapara tu nombre cuando el cielo está gris. Ojalá no me doliera verte y no sentirte. Ojalá desapareciera cada mapa mudo que dibujé para espolvorear tus lunares. Ojalá no llevara tan adentro el tacto de tu pelo, el ángulo que forma tu cuerpo contra la pared y el tango de tus manos sobre el folio vacío. Ojalá, ojalá supiera ser sincera al decirte que todo va bien. Ojalá que no me ahogara cada vez que sueño que, por una razón que ni me importa, has vuelto, que tú también me has echado de menos, aunque jamás te di motivos para hacerlo. Ojalá no fueran nuestras todas las canciones del mundo. Ojalá no tuviera grabadas entre las clavículas tu sonrisa de las cuatro y media, y esa risa que me confesaba que no te irías a ningún sitio que no destilara mi sombra.
Pero te fuiste. Te fuiste y no puedo reprocharte nada. Te fuiste porque era más fácil volar solo que llevarme a hombros. Te fuiste y ahora ya no quieres chapotear en mis pupilas... y yo no puedo levantar la mirada, porque sé que no merecía otra cosa.
Es triste. Pero fueron nuestros pasos de baile los que nos trajeron aquí, así que aquí me quedo. Pensando que quizás, quizás, tú un día te acuerdes de mí, y quisieras saber si aún sigo girando en redondo cuando dices mi nombre. Si todavía me río cuando ganas al tres en raya en mis lunares. Pensando que quizás, quizás, verme aún aquí te haga sonreír. Y tal vez pueda compensarte, mal y tarde (como todo lo que yo hago), por todas las cosquillas, todas las tardes y todos los sueños.

lunes, 2 de septiembre de 2013


La próxima vez que alguien me pregunte si estoy bien, le diré que estás siendo feliz con otra.