-Esta es mi hija.
-Él es mi marido.
Y nos despidiéramos aún más brevemente sin habernos contado nada. Las mejillas ardiendo, las manos sudadas, la boca seca, el temple al filo. Y si cuando, al girar la esquina, ella, clavada a su madre, te preguntara: ¿quién era, papá? Desearía que te limitaras a sonreír, y sin darle (sin darme) importancia, contestaras: una amiga, una buena amiga, alguien que... y continuaras tu paseo, tal vez más deprisa, un poco más callado. Menos atento a la plaza, a los árboles, a los ancianos. Recordando una foto, una frase mal escrita, esa tarta que al final... nada, como nosotros.