viernes, 6 de septiembre de 2013

#. Hay recuerdos que son tiritas. Y hay sonrisas que alegran una vida entera. Y hay que estar enamorado para entender lo que digo.

Ojalá todo fuera tan sencillo como pulsar el interruptor para que vuelva la luz, y no perderte aún más. Ojalá no necesitara agarrarme a estos recuerdos gastados para palpar y respirar cómo sabía tu risa. Ojalá no existieran todas las horas que no pasaste aquí conmigo. Ojalá no tuviéramos que inventar excusas, de esas que desde hace tiempo ya no se cree nadie, salvo nosotros dos. Ojalá no estuviera escribiendo esto con palabras de menos y sentimientos de más. Ojalá no fueras lo primero que veo al cerrar los ojos para dejar de pensarte. Ojalá no te hubieras convertido en lo que iba siempre detrás de mi nombre. Ojalá no hubieras dejado aquí, bien dobladitas, cinco millones de noches en las que echarte de menos. Ojalá hubiéramos aprendido a sonreír sin ninguna lengua de por medio, a mirarnos a los ojos sin que salten astillas, por ser lo único que nos dejaron las chispas que murieron primero. Ojalá no te quisiera aún como sólo se quiere a aquello que te ha agarrado en el precipicio una, dos, y hasta mil veces. Ojalá no tuvieras que verme llorar. Ojalá no rimaras tanto con octubre, con martes, con veinticuatro y hasta con azul, cuando es radioactivo. Ojalá valiera decirte que hace demasiado frío sin mis manos en tu pelo. Ojalá no reconociera tu olor en todos los lugares, menos donde yo he de dormir. Ojalá no me hubiera quedado sin voz (y sin razón) de gritarte que ya no necesitaba nada de ti, y que no volvería a hacerlo nunca. Ojalá me hubiera acostumbrado a respirar sin tus manías, sin tu mirada gamberra, sin tu voz tamborileando el lado oeste de mi vida. Ojalá me perdonaras por todo lo que nunca te dije, por los abrazos que no te di, aunque tus silencios me los pidieran. Ojalá fuera capaz de fingir esa maldita indiferencia cada vez que me rozas, como si no se hubieran quebrado todos y cada uno de los huesos que aún se dignan a sostenerme, débilmente, desde que tú no estás. Ojalá no se me escapara tu nombre cuando el cielo está gris. Ojalá no me doliera verte y no sentirte. Ojalá desapareciera cada mapa mudo que dibujé para espolvorear tus lunares. Ojalá no llevara tan adentro el tacto de tu pelo, el ángulo que forma tu cuerpo contra la pared y el tango de tus manos sobre el folio vacío. Ojalá, ojalá supiera ser sincera al decirte que todo va bien. Ojalá que no me ahogara cada vez que sueño que, por una razón que ni me importa, has vuelto, que tú también me has echado de menos, aunque jamás te di motivos para hacerlo. Ojalá no fueran nuestras todas las canciones del mundo. Ojalá no tuviera grabadas entre las clavículas tu sonrisa de las cuatro y media, y esa risa que me confesaba que no te irías a ningún sitio que no destilara mi sombra.
Pero te fuiste. Te fuiste y no puedo reprocharte nada. Te fuiste porque era más fácil volar solo que llevarme a hombros. Te fuiste y ahora ya no quieres chapotear en mis pupilas... y yo no puedo levantar la mirada, porque sé que no merecía otra cosa.
Es triste. Pero fueron nuestros pasos de baile los que nos trajeron aquí, así que aquí me quedo. Pensando que quizás, quizás, tú un día te acuerdes de mí, y quisieras saber si aún sigo girando en redondo cuando dices mi nombre. Si todavía me río cuando ganas al tres en raya en mis lunares. Pensando que quizás, quizás, verme aún aquí te haga sonreír. Y tal vez pueda compensarte, mal y tarde (como todo lo que yo hago), por todas las cosquillas, todas las tardes y todos los sueños.