martes, 15 de mayo de 2012

#. & entonces comprendí que tal vez no era el final, sino más bien el principio.

Me encantaría echar a volar. Sin miedo. Por un cielo que vuelve a ser azul. Pero siempre contigo, no lo dudes. Ojalá pudiera ahora enamorarme de ti. Olvidar todo mi pasado y entregarme cien por cien contigo. Sonreír sin miedo otra vez. Saltar, gritar, llorar de alegría por haber tenido la suerte de conocerte. Volver a ser un sube y baja de emociones: ahora mismo eufórica, al segundo después con los ánimos tres metros... bajo el suelo. Me hice un propósito: estar un día entero sin pensar en él, sin recordarle. Sin romper un poquito más de lo que ya está mi pobre corazón. Son ya más de cuatro días sin su metro setenta de imbecilidad en estado puro... pero también cinco días sin su olor y sin su pelo perfectamente (des)peinado. ¿La receta para olvidar? Posiblemente sea agarrarme a ti para estar al borde del precipicio de nuevo, pero sin calcular los riesgos de la caída inminente, porque volveré a estar enamorada. Tus ojos del color de la tierra húmeda y oscura de otoño serán los únicos que me mantengan en el preciado equilibrio entre el éxtasis y el irrefrenable deseo de poner fin a mi vida. Viviremos al límite. En la fina línea que divide la felicidad extrema de la depresión profunda, una línea que algunos ilusos llaman amor. Aunque sé que nada de esto sucederá, porque en mi corazón solo hay hueco para una persona. Y, lamentablemente, el puesto de dueño de mis pensamientos aún está ocupado por alguien que debería haberse ido hace mucho tiempo de mi mente, pero que todavía sigue rondando por aquí. Ojalá pudiera atarme a ti, aunque yo ahora mismo no quiera. Pero sé que sería una de las mejores formas de borrar por completo a alguien por quien nunca debía haber perdido más de dos minutos de mi preciado tiempo. Alguien que debió ser olvidado a los cinco minutos de traicionarme.