lunes, 9 de julio de 2012

#. Querido diario: ya no le echo de menos, pero si lo pienso conmigo, me echo de menos a mí. Y eso sique es un desastre...

Subo la persiana, el cielo está indeciso (el gris no es un color, es una duda). Tomo fanta, la coca-cola me trae demasiadas malas pasadas. En la nevera hay una nota: 'mañana vendrá a verte el hombre de tus sueños'. Pero siempre es mañana. Si no tienes enemigos es que no has dicho una verdad en tu vida, si no tienes amigos es que no sabes mentir. Creo que la culpa de esta sensibilidad que me aturde es de las canciones infantiles que me azotaban de pequeño; no saber si Mambrú volvió de aquella maldita guerra, y que ella, la chica de las pecas, tuviera que pagar el doble por un paseo en barca. Las chicas bonitas lo tienen más fácil, hasta en el amor. El amor es como un perro que le mueve la cola a todo el mundo, pero se marcha con quien le lanza el corazón más cerca (no te fíes nunca de un hombre que tiene como mascota un gato). Bajo la persiana (el negro no es un color, es un secreto). Me tumbo, pongo una canción, suena como si tuvieras la culpa de todo el desamor del universo. Tener un desamor es ponerle rostro al odio. Y a mí lo que me duele de verdad es no dolerte. Y no esta jaqueca de pensarte. Ahora subo y bajo la persiana. Gris y negro. Espero. Como si hubieses escrito en la suela de tus zapatos: volveré algún día de estos y te pintaré de azul el cielo de la boca. Cuando toda tu vida depende de una persona y esa persona no eres tú mismo, puedes darte por jodido. Así estoy precisamente: jodida y no jodiendo. Triste. La tristeza es el único sentimiento más rápido que la luz. Ahora ha cambiado su foto de perfil, tiene los ojos más marrones que nunca (el marrón no es un color, es una ausencia). Y mientras yo vomito una melodía enquistada en mi cerebro, mi orgullo tambaleándose hasta la cocina, arranca una nota de la nevera. Otra vez.