viernes, 15 de noviembre de 2013

#. Finjamos que lo más importante es reparar el mundo mientras seguimos hechos pedazos.

Hace poco recordé unos dibujos muy fríos y muy muertos de una página de un libro de texto de primaria. La asignatura era el antecedente de Historia, Geografía, Física y Química, antes aún que las Ciencias Sociales y las Ciencias Naturales: Conocimiento del medio (el libro de las tapas verdes). El título del tema en el que aparecían esos dibujos era "La reproducción humana". Pues bien: allí estaban las cuatro ilustraciones, dos de cada sexo, de frente y de perfil. Recuerdo de la explicación del maestro unas palabras concretas: 'Son como dos piezas que encajan, como un puzle'. Se entendía bien lo que quería decir por aquellos dibujos, pero la verdad es que yo pensaba en mí misma y no me acababa de cuadrar el tema.
Ahora, con los años, lo voy viendo algo más claro. Y, aunque sé que el maestro hablaba de un puzle que se forma un poco más abajo de la cintura, me he dado cuenta de que esas no son más que las dos últimas piezas. Dos bocas son también dos piezas de un puzle que encajan. Dos pechos reposados el uno sobre el otro son dos piezas de un puzle. Y los ombligos pegados. Y los vientres y las caderas. Y las extremadamente necesarias extremidades. Los dedos de la mano de uno enredados en el pelo del otro. La rodilla izquierda de ella entre las rodillas de él; la rodilla izquierda de él entre las rodillas de ella. Hablando cada uno a media voz tienen en sus gargantas dos piezas que al juntarse forman una voz entera. Unos labios son una pieza que besando encajan con un cuello. Y la palma de la mano es la mitad de un puzle que se completa al deslizarla por una espalda.
Así que era verdad: dos cuerpos son una infinidad de piezas que forman mil puzles al encajarse