viernes, 8 de junio de 2012

#. Por lo menos nunca fui mala, nunca fui desleal. Por lo menos le traté con dulzura y atención, por lo menos me preocupé por él. Por lo menos le hice reír. Por lo menos me sentí afortunada de tenerle e hice que lo supiera. Por lo menos lo valoré como se merecía. Por lo menos lo quise. Lo demás, lo de después... bueno, sobre eso no pude elegir.

Tenías nombre de capital europea y jugabas al blackjack de los adioses con cualquiera que te dejara ganar. Te gustaban las madrugadas de domingo, si la poesía se escurría entre el vaso y la barra de aquel bar, que nunca era el último, por mucho que tú lo prometieras. La 'j' de Jordania te calaba la sonrisa y la chaqueta y por eso nunca dejabas de estar triste, aunque el quicio de tus labios quisiera volverse escalador y coronar tus mejillas de cuentos. Sacabas a pasear a tus tacones y tus vestidos de encaje, por tener una (buena) excusa para abrir el cajón de las medias. Llenaste el lavabo de lágrimas y de tragos de ginebra, hasta que se te secaron las pestañas y las botellas de alcohol. «Vuelve pronto», me dijiste, «o se inundará la habitación». Aún a veces, sobre todo si es de noche, el insomnio me recuerda que debía haberte enseñado a nadar antes de irme.