viernes, 13 de abril de 2012

#. Dejar ir no significa darse por vencido, sino aceptar que hay cosas que no pueden ser...

Vuelo ascendente. A veces rozábamos la estratosfera, sobre todo cuando me sonreía, otras saltábamos de cúmulo en cúmulo. Pero lo habitual era arriba, siempre más y más arriba. Podíamos con todo. O al menos, yo me sentía invencible sabiendo que estaba ahí para curar mis alas rotas, para enseñarme nuevos trucos y giros. O para mostrarme lo pequeñita que se volvían las personas (y los problemas) a kilómetros del suelo. Llegué a pensar que era imposible sentirse más feliz y lo que es peor, me confié al pensar que él también lo era. Y así, un día cualquiera, él dejó de sonreírme. Yo intenté seguirle el ritmo, continuar aleteando para no perder su estela. Tal vez no lo intenté con todas las fuerzas que me quedaban. O tal vez sí. En cualquier caso, lo cierto es que me caí. Atravesé una tras otra todas esas nubes de las que nos reíamos, al saber que nunca subirían tan alto como nosotros. Ninguna me quiso salvar. Y la primera vez que saltaron esquirlas entre los dos, la primera vez que su mirada atravesó mis alas ya difusas, sin verlas si quiera, me estrellé contra el suelo. Y desde entonces, aquí sigo. Tratando sin demasiado éxito emprender el vuelo otra vez, de aletear lo suficientemente rápido como para dejar atrás todos los recuerdos que me persiguen a donde quiera que vaya.