domingo, 15 de abril de 2012

#. El amor es romperse, incluso cuando ya somos pedazos de algo.

Hoy es el cumpleaños de mi blog, y en cierto modo también el mío. Un 15 de abril como este empecé a enseñarle al mundo esas cosas que solo tú provocas que escriba. Y qué puede haber más irreal y más mágico que encontrarte, por casualidad, con la persona que aquel día decidió que tenía que impedir que esto se acabara, que hizo que sintiera que volvía a valer la pena. Le di las gracias entonces y se las doy ahora. Os dejo un regalo, para vosotros y para mí misma, intentando olvidar que hoy, a pesar de todo, te sigo sintiendo aquí.

Hoy os voy a contar la razón por la que hace tiempo que saltan esquirlas. Supongo que para explicarlo debería comenzar por el primer octubre, cuando en lugar de esquirlas saltaban chispas entre los dos. ¿Sabéis? No teníamos término medio. Pero nos queríamos. Y él me lo demostró con cada reflejo de magia en sus ojos. Por aquel entonces, significábamos algo. Ya fuera porque no dejáramos de gritarnos o porque nuestras risas se oyeran a la vez, siempre teníamos algo que decir, algo en lo que creer, algo por lo que luchar. Luego llegó nuestro invierno (que fue más verano que nunca), nuestro adiós sin palabras porque después de dos años aún no sabíamos confesarnos lo mucho que nos echaríamos de menos. Y después volvió a ser octubre, y volvimos a vestirnos de lo que un día fuimos. Sin embargo, no volvieron a acurrucarse en torno a nosotros (listas para hacer de las suyas a la primera de cambio), esas chispas que ya se habían aprendido hasta nuestros nombres. Y lo único que nos quedó fue ese frío guardadito entre los huesos para que no se escape lo último que es verdaderamente nuestro, este ir desgastándonos día a día al comprobar que mi sonrisa ya no es suya ni lo será jamás, este rompernos cada vez que nos cruzamos y fingimos que nunca volamos juntos, estas esquirlas que saltan y se nos clavan cuando vemos en qué nos hemos convertido.